Manos inocentes #1
Capítulo 1
Mírala ahí tirada en el suelo, sin moverse, mientras un charco de sangre se abre paso por la sala... Cualquiera diría que no está respirando, pero eso no es verdad.
—Por fin me obedeces, amor, y decides quedarte en casa conmigo. ¿Vez que si se podía? Que sí podíamos quedarnos bajo el mismo techo —le digo a Constance, sonriendo, luego de haberla persuadido hasta tranquilizarla.
Ella no está muerta, solo está descansando. Y no es para más, lo digo porque tuvimos una discusión bastante acalorada. En sí, solo fue un pequeño malentendido, ya que todo inició porque no le gusta mi forma de ser; dijo que dejara mis obsesiones por tener todo organizado, así como platos, cama, ropa, muebles. En conclusión: todo. Para ser sincero, no creo que esto fuera motivo para armar tremendo alboroto. Sin embargo, no pensamos de la misma forma. Por esta razón, procedió a cambiar las cosas de lugar, sin tan si quiera consultarme. ¿Cómo no iba enojarme después de eso?, si de por sí, Constance sabía que acomodarlo todo me tomó alrededor de cuatro horas. Lo hice en la tarde, aprovechando que la casa se entraba deshabitada (a excepción de mí, pues claro), y que ella no volvería hasta en la noche, dado que estaba visitando a sus padres. Fue así como empezó la confrontación de palabras, que, en vez de bajar el tono, dio lugar a que las cosas se pusieran aún más turbias, al punto en que amenazó con irse de la casa..., y casi lo hace; salió de la cocina exclamando que buscaría sus maletas porque ya estaba harta de todo, incluso de mí.
Yo no podía permitir que se fuera y me dejara solo, nada más por un simple roce, el cual pudo haberse evitado si ella me hubiese preguntado con antelación; aunque creo que no le habría permitido..., pero al menos se habría evitado la discordia, ya que ella, sin pensarlo dos veces, me habría obedecido, por lo que esto jamás hubiera tenido lugar.
Tomé su brazo con fuerza, intentando sostenerla lo suficiente para que no se fuera a ningún lugar. Por su parte, ella gritó: «Me estás lastimando». No tuve más opciones que forcejear con mi esposa.
Todo iba de mal en peor... ¡Estábamos destrozando la cocina!, y tanto que me costó dejarla impecable y ordenada. Toda la cerámica se fue al piso, mientras la pelea se fue trasladando por los pasillos de nuestra residencia. Fue así como destrozamos un espejo cuando la choqué con ese. De inmediato, ella reaccionó lanzándome un florero; por suerte me hice a un lado, y solo rompió la ventana.
Se alteró mucho..., no podía mantenerla bajo control. Así que me vi obligado a tomar el cuchillo y apuñalarla porque de esa forma se calmaría. O eso creí, puesto que arremetió contra mi integridad, lanzándome cosas y obstruyendo mi acercamiento con alguna que otra silla mientras corría, cada vez más agotada. De esa manera, fue como llegamos a este punto; yo estoy sin aliento, mientras ella se encuentra super agotada en el piso.
—Sé que sigues sentida y ya no quieres hablarme por el momento, eso lo sé. Pero escúchame, ¿acaso no estamos mejor así, sin nadie queriendo irse de la casa ni agrediendo al otro? —digo, al tiempo en que me acerco a Constance.
«Se ve tan tierna y delicada con esos ojos cerrados y acostada en el suelo», me digo, mientras tomo asiento a unos centímetros de Constance. Levanto su cabeza, teniendo cuidado de no lastimarla, entonces la recargo en mis piernas para poder verla mejor. Observo que sus labios están muy pálidos, demasiado (solo la mayor parte de estos, dado que está emanando un fluido rojo en un extremo de su boca; entonces se ve de un tono muy vivo), por ello hundo la yema de mi dedo índice en el charco que va tomando un color carmín, y froto los fluidos en los labios de mi amada, que, sin duda, se torna muy irradiante, tanto que procedo a besarla durante un par de minutos.
—Eso me gustó mucho, y sé que también a ti, cielo.
De inmediato me doy cuenta de que mi ropa se halla manchada al igual que mis manos, y que incluso tengo pequeñas gotitas que han impactado con mis brazos, cuello y mejillas.
—Estoy hecho un desastre... —afirmo, indignado tras ver cuan sucio me encuentro—. Pero no importa, amor. Después limpiaremos todo.
En verdad era un cochinero: había lámparas rotas que yacían en el pido; el mueble estaba volteado boca abajo; toda la losa de la cocina estaba hecha trocitos; los cuchillos de la cocina se hallaban en el suelo, y uno se encontraba a poca distancia de mí; el televisor estaba hecho nada, ni para reliquia servirá; también había un espejo y una ventana rota. No puedo creer que Constance y yo hicimos de la casa un caos...
Bueno, era de esperarse; estaba muy decidida en irse, a pesar de que, si lo hacía, me dejaría a mi suerte..., y yo sin ella no soy nada...
Cuando estábamos en el embrollo, dijo que yo tenía problemas, mas no es verdad, yo no tengo problemas. Admito que en ocasiones me molestaba que desacomodara las cosas como yo las había dejado... Pero es que eran eso, eran mis cosas. ¡Y yo no me había tomado cinco minutos haciendo eso! ¡Lo hice quince veces en todo el día porque no estaban del todo bien!
No..., ¿en qué estoy pensando? Debo calmarme, a ella no le gustaría verme agresivo.
—¿Verdad que no te gustaría que yo me pusiera violento, amor? —le digo, acariciando su mejilla con el revés de mi mano—. Hierro, tengo sabor a hierro. ¿También lo sientes?
—Si, si lo tengo.
—Por fin hablas, amor. Pensé que me dejarías hablando solo toda la noche. Es que mírate, eres inmortal: ni con trece puñaladas en tu abdomen me dejaste solo... —digo, sonriente. Tanta emoción me hace llorar—. Si me amabas...
Le abrazo muy fuerte, al tiempo que canto su canción favorita. Sé que ella siempre sonríe cuando lo hago.
—Bueno, amor. Perdón, pero ya debo irme. Todos los platos quedaron en el suelo cuando discutimos, y sabes que debo acomodarlos, al igual que toda la casa así que ya vengo.
Le dejo descansar un poco, y tomo el cuchillo que se encuentra ensangrentado, entonces lo llevo a la cocina para limpiarlo todo y comenzar a recoger los platos.
—Ya casi termino —dije, poco antes de acabar de enjuagar el filo del metal.
Y entonces me siento abrumado por culpa de una fuerte sirena que de repente aparece para quedarse muy cerca de la casa. Por ello me detengo, mirando entre la pequeña abertura que hay en las cortinas de la sala. Esta residencia no es muy grande que digamos, por lo que es fácil echarle un ojo a que lo pasa allá afuera. Concentro mi atención para ver si puedo notar alguna anomalía o si alcanzo a escuchar algo, aunque lo más probable que sea mi vecino Diego; siempre se pelea con las personas.
Dejo de prestar atención y sigo limpiando el cuchillo.
Mi tranquilidad no dura mucho, puesto que algún imbécil se vio a la tarea de golpear el portón de manera abrupta.
—Espera, cielo, no te levantes. Yo veré que es lo que sucede —le digo a Constance cuando paso por su lado.
Abro la puerta, y solo veo a dos policías que han parqueado su camioneta justo al frente.
—¡Qué carajos! —exclama uno de ellos al verme, muy exaltado. Entonces, lleva su mano su cintura—. ¡Al suelo!
—¿Cómo que al suelo? ¿Qué le pasa?
Uno de ellos se abalanza sobre mí, por lo que respondo cerrando la puerta en ese instante, aunque sin suerte, dado que entre los dos empujaron hasta lograr entrar. Entonces, me observaron con sus enormes ojos señalándome. Luego clavan su mirada en Constance. No sé por qué se escandalizaron al ver a mi mujer acostada en el piso, lo cierto fue que se quedaron petrificados, incluso creo haber escuchado a uno de ellos tragar saliva.
Ambos se lanzaron sobre mí, una vez más; esta vez no pude hacer nada (uno jamás puede contra dos). Forcejeamos, y de verdad que salí mal herido. Uno de los policías me agarraba las muñecas, entretanto, su compañero trataba de hacerme una llave en el cuello, de esas que hacen los luchadores. Con esfuerzo pude darle un codazo a quien estaba detrás de mí; pero el otro tomó su bolillo y se encarnizó en mis brazos, costillas y espalda... Ojalá la cosa hubiese acabado allí... Me lanzaron al suelo, y procedieron a golpear mi espalda con patadas hasta hacerme retorcer. Y joder que me dolió. Sus botas eran muy rígidas, cada golpe en mi espalda lo sentía atravesar mi torso hasta salir en mi pecho con tal brutalidad; era como si un mazo impactara contra ti, de modo que pareciera que en cualquier momento se quebrarían tus costillas y columna vertebral.
Luego de masacrarme con la atroz golpiza y ponerme las esposas me levantaron como pudieron. Fue curioso que no me hayan golpeado el rostro.
Y ahí estaba yo, observando a mi esposa postrada en el piso...
—¿Qué hacen? —grito, horrorizado—. No puedo dejar a Constance sola; podría morir sin mí.
Sentí miedo de que algo malo le pudiera pasar si yo no estuviera aquí con ella. Además, ya habíamos conseguido llegar a un acuerdo de quedarnos juntos en casa, incluso se había quedado quieta, desistiendo de abandonarme.
Los oficiales llamaron refuerzos, mientras me llevaban a empujones hasta su camioneta. No sé por qué había tanta conmoción: todos mis vecinos se encontraban a las afueras de mi casa. Algunos me gritaban demente, otros me tachaban de asesino; aunque yo no había hecho nada. No entendía por qué me trataban de esa manera. Sin embargo, sabía que mi esposa aclararía todo, y en cuestión de días yo estaría de vuelta... «¿Y si no? ¿Qué pasaría si ya no pudiera volver...?», me dije, aterrado de solo imaginar ese futuro lleno de zozobras que me depararía a mí y a mi esposa si yo no regresaba.
—Suéltenme. Suéltenme... Ella me necesita —exclamé, ejerciendo fuerza sobre los policías para conseguir zafarme.
¡Y lo logré! Me sentí tan emocionado, luego de haberlos tirado al andén.
Debo admitir que estoy llorando... ¿Cómo no hacerlo? N-no estaremos separados después de todo...
—Constance —grité en repetidas ocasiones, a medida que me acercaba a la puerta. Me incomodaba mucho el tener que correr con las manos apresadas; pero eso era lo de menos..., Constance era lo que importaba...
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